Siempre había imaginado cómo sería mi primera vez acompañando al Alavés lejos de Mendizorroza, nunca llegué a adivinarlo, y ahí estaba yo por fin, en un Renault Clío azul último modelo entre quintos de Heineken rumbo a Bilbao por la AP-68. Tres años en la universidad habían bastado para hartarme de ese itinerario tan insípido y desalentador, pero esta vez lo saboreé de manera distinta. Esta vez el estímulo sí existía: un partido de fútbol de 2ª B entre el tercero y el primero en el campo del vecino. Que, aunque fuera a recibirnos el equipo filial, también vestían de rojiblanco y lucían en el pecho el escudo del Athletic.
Por la tarde, después de comer, nos acercamos a pie hasta Pozas, una calle de bares desde donde se vislumbra con timidez la tribuna este de San Mamés, decorada para la ocasión con un eminente cien que recuerda a los transeúntes el centenario del mítico estadio. El aroma a fútbol y el buenrollismo habían penetrado hasta el último rincón de aquel lugar teñido de albiazul y salpicado, con mesura, de rojiblanco. Trago a trago nos bebimos la tarde mientras se acercaban las cinco y media, la hora del partido. Bordeamos el campo por la calle Luis Briñas y empalmamos con el final de Urquijo Aldapa hasta llegar al córner que nos permitiría el acceso al sector visitante. La espera en la cola fue corta, pero lo suficientemente larga como para observar con detenimiento lo que en pocos meses será el nuevo San Mamés.
Una vez dentro, buscamos acomodo entre los pocos huecos libres que había en la grada (ni qué decir tiene que allí permanecimos de pie los noventa minutos). Tan pronto como el árbitro señaló el inicio del partido nos dimos cuenta de que Natxo González había modificado el esquema para la ocasión: en vez de con dos centrales, jugábamos con tres. Quién sabe si para que Javi Hernández o Luciano corrigieran a Agustín –que llevaba lesionado algunas semanas- o, simplemente, por miedo a perder. Llegamos al descanso palmando 1-0 con toda justicia. Durante aquellos diez minutos –los más largos de las últimas semanas- a penas intercambié alguna palabra con la gente. Casi no confiaba en la remontada, y si confiaba era por obligación. De hecho, si me llegan a decir en aquel momento que íbamos a terminar ganando 1-2 no me lo hubiese creído. Pero así fue. Remontamos con un gol de penalty de Borja Viguera –Rafa Ortego, narrador de Radio Vitoria, se refiere a él como "Houdini"- y otro del lateral Óscar Rubio, al que a veces siento la necesidad de llamar Cosmin Contra (casualmente, como Cosmin, él también defendió un día los colores del Dinamo de Bucarest).
Ocho años después, el círculo se cerró. Nené, Bodipo, Borja y Óscar.
Ocho años después, el círculo se cerró. Nené, Bodipo, Borja y Óscar.
¡Mucha suerte para el playoff! Me alegra ver a Borja Viguera jugando bien. No tuvo suerte con nosotros, pero el chico tiene talento. Un saludo de un donostiarra que vive en Rumanía (por cierto, hoy mismo le he visto a Contra en la tele, entrenando al Petrolul Ploiesti)
ResponderEliminar¡Gracias!
EliminarEn el texto no lo menciono, pero Beobide es otro de los nombres de este Alavés. Zubieta muy presente en Mendizorroza esta temporada. Para bien, además.